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Silvina Vital | Aunque nunca

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Silvina Vital | Aunque nunca


De repente reconoció cómo había cambiado él con los años, cómo aquel muchacho alguna vez flacucho e inseguro no sería tan reconocible ya en el hombre de hoy. Y luego observó a su compañera, de algún modo detenida en aquel instante de la vida que logró convertirla en una niña adulta. Su mirada reforzaba esa impresión, y su diálogo era maduro e ingenuo por igual cada vez que hablaba de su último viaje o de su último libro o de sus juegos de infancia. La escuchó quejarse por enésima vez mientras manejaba, implorarle que diera la vuelta y regresaran a casa. Los sistemas de salud han sido creados para no hacer más que correr al médico y convertir la carrera en un largo drama de hospitales y operaciones que sólo prolonga la agonía de la partida –eso decía por enésima vez. Hubo finalmente algo así como una respuesta violenta de él, de lo inevitable de las visitas a hospitales, de que ya basta. Y luego ella permaneció en silencio el resto del camino, y él no tuvo entonces modo de saber si había cerrado los ojos porque se había entregado o si es que rezaba –aunque nunca supo que ella alguna vez hubiera tenido un dios.





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Silvina Vital | El Rebaño

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Silvina Vital | El rebaño


La historia es simple: El rebaño estaba listo y pronto sería intercambiado por las cincuenta rupias convenidas. Cincuenta ovejas por cincuenta rupias, ése era el acuerdo. Aprovechando un descuido, el pastor subió cuarenta y nueve ovejas al carro del mercader; el mercader, en cambio, depositó cuidadosamente las cincuenta rupias, una a una, en las manos juntas en cuenco del pastor. El mercader llevó el rebaño a su puesto en el mercado, y lo dispuso en exhibición en un corral. Colgó un cartel que decía: “1 oveja: 5 rupias”. Al cabo de un rato, casi todas las ovejas habían sido vendidas –incluso las ya enfermas habían pasado por sanas. Quedaban sólo las últimas cinco cuando llegó el senador. El hombre poderoso pretendió llevarse el remanente del rebaño, así que depositó en las manos del mercader una bolsa rústica con veinticinco rupias, y apresuró el trámite de su partida. Veinte de esas rupias, afortunadamente, eran legítimas. El senador le ordenó a su siervo arriar las cinco ovejas hasta el corral en su morada, y partió primero confiado de su súbdito. El siervo caminó cierto rato hasta la morada de su amo, pero llegó con sólo cuatro ovejas pues la tentación fue grande; atinó a explicarle a su amo, sin embargo, que una se había extraviado en el camino. La oveja desviada en el rancho del siervo fue recibida con júbilo por la esposa del hombre. En el rancho, la mujer fue la encargada de esquilar primero al animal y luego matarlo. La mujer guardó la lana en un saco para tal fin, y corrió a dársela a su amante a cambio de sus servicios y su silencio. El esposo sólo supo que nada más la carne pudo rescatarse de la oveja, pues las pulgas y las garrapatas ya habían hecho estragos en la lana del animal al momento de la esquila. El hombre en poder de la lana colgó luego en su casa un cartel que decía: “calcetines y chalecos tejidos: 50 rupias – pago anticipado”. Acabada ya su ronda con las ovejas, el pastor vio a lo lejos en la comarca el cartel del tejedor; se acercó a paso lento entonces a hacer negocio. “Calcetines y chaleco; aquí tu dinero. Yo estaré en la colina con las ovejas, pero cuando hayas terminado, mi mujer estará en la casa para recibir las prendas”. No hubo testigos de ese acuerdo ni de la paga entre pastor y tejedor, y el hombre aseguró con cara de piedra que sólo le fue encargado un chaleco sencillo… Tejedor y pastor, al fin, salieron impunes y parejos. Y el senador. Y el siervo. Y la esposa. Al menos mientras puedan verse en las colinas inciertos números de ovejas intercambiados por exacto número de rupias una y otra vez, deberemos asumir que ciertas historias simples siempre se repitan.





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Silvina Vital | Archivos de la Memoria

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Silvina Vital | Archivos de la memoria


Ayer vinieron por los archivos del Palacio de Justicia –que ya no imparte justicia desde hace mucho. Antes de ayer fue la Biblioteca Nacional, y previamente habían sido las bibliotecas populares y las imprentas barriales. Las revistas de circulación masiva en los claustros universitarios fueron desapareciendo lentamente y en silencio; una lástima que nadie dijera nada entonces -a veces la cobardía es más tirana que el propio déspota. Se ven humeantes todavía las dos cúpulas del Museo Histórico desde mi ventana, y sospecho que han acabado ya con casi todos los registros escritos de la historia.

Nosotros somos unos pocos nomás, y sí, tenemos encerrado al abuelo. Por suerte está tranquilo y de buen humor, y evidentemente él está ausente de todo allá afuera. Sabemos que una vez acabados los libros también vendrán por él. Mas lo que ellos ignoran es que el anciano nos ha contado, con su pasado tan presente, todo y todo una y otra vez, cientos y cientos de veces.




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Silvina Vital | La luz de escribir

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Silvina Vital | La luz de escribir


Toda la escena en un mismo cuadro: la oscuridad de la madrugada, el despiadado invierno, la agitación de los árboles afuera, la profusión de ideas inconsistentes adentro. “El problema”, pensó, “es ordenar esas ideas para que fluyan en un texto que mi cabeza pueda decir”. Buscó con la mirada la ventana y vio el reflejo de la lámpara en el vidrio –más brillante a esa hora que los vidrios eran negros. Le pareció que las voces venían de la calle de un modo muy extraño hacia ella; eran voces como de una misa o venidas del canto de algún servicio litúrgico. Distinguía palabras en Latín y algunas risas. Podía notar con claridad que había cierta poesía en el ritmo y en la melancolía de las voces. Los sonidos, vistos detrás del vidrio, tienden a sonar como burbujas en el agua; puede uno saber que existen pero no puede uno detectar quién los ha emitido. Como música, las palabras del otro lado de los vidrios negros parecían dichas por una voz propia, pronunciadas con cierta fluidez, acaso ordenando sus ideas turbias. Las voces duraron lo suficiente como para escribir toda una página, y luego los sonidos fueron cesando. Un par de palabras, las dos últimas, se hicieron recurrentes y con eso cerró su página; los vidrios luego derritieron su negrura. Se repitió para sí dos o tres veces las últimas líneas con una especie de gratitud y alivio. Cerró su cuaderno y lo dejó a un costado, y con un movimiento grácil y suave apagó su luz de escribir, diluida ya en la claridad de la mañana.




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Silvina Vital | Lugar

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Silvina Vital | Lugar


uno
“Y uno quisiera tener cincuenta pares de ojos para mirar alrededor, para no perderse nada de ese lugar inmenso. Cincuenta pares de ojos de cualquier modo no alcanzarían para darle la vuelta entera y recorrer el lugar de punta a punta. Y ni hablar que uno debe ser un poco ciego también para admirar la belleza..."

dos
“Cuando uno recorre el espacio pequeño que quedó entre el recuerdo y el olvido, se descubre muchas veces hecho de aromas –aromas de libros, tal vez, o aromas de tardes y de tierra mojada por lluvias de verano, o aromas de cocina, de madre, de pieles, de abrazos".

tres
“Y en los rincones ensortijados de los cajones desordenados, castigados por el arrumbamiento y el descuido, también se halla uno (entre perdido y encontrado por sus jirones de historia)".




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Silvina Vital | Y si esta mañana

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Silvina Vital | Y si esta mañana


Y si esta mañana logro terminar mi cuento, entonces el día tendrá sentido, y el aburrimiento de la tarde se esfumará con la lluvia –esa lluvia que, dicen, está por venir. Y por la tarde no sentiría ya culpa por la pila de libros y papeles abandonados por la casa, ni por las tareas domésticas (y banales) que he dejado de hacer desde hace tiempo. Y no sentiré culpa tampoco si el atardecer se pone de silencio y de tedio, y si por hastío se pone tristemente abúlico. Si tuviera yo hoy mi cuento terminado esta mañana podría, de algún modo, justificar el día.

Pero la mañana se despliega lenta, como adormecida por el cielo sin sol, y observo que los movimientos involuntarios del día se hacen tan imperceptibles (uno casi no comprende el paso del tiempo los días nublados), que de repente no sé si es de mañana o si he caído ya en el borde abismal de la tarde, y vuelvo, como siempre, a sentir la nada de los días, con todos los cuentos en veremos.




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Silvina Vital | En una cárcel en las afueras

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Silvina Vital | En una cárcel en las afueras


En una cárcel en las afueras del palacio morían cada año decenas de presos condenados todos a cadena perpetua. El rey era un poderoso líder en esas comarcas y todo desgraciado que contrariara el régimen acababa en una celda en el infame presidio. Mas debe admitirse que se trataba de un monarca bastante benevolente a los ojos de muchos, puesto que el único delito no excarcelable en sus dominios consistía simplemente en atreverse a soñar distinto del rey.




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Silvina Vital | Sueño de Túnel

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Silvina Vital | Sueño de Túnel

Una noche (qué es una noche al fin, más que un breve espacio en el que las luces se atenúan, los pájaros callan y se enciende la luna), una noche es la esfera cómplice de la luz errática de las estrellas perdidas en la distancia que se cuela por las ventanas invadiendo los sueños. Y uno sueña entonces con mares azules de cielo en las noches de luna llena; sueña que navega uno hacia alguna parte, movido por el impulso de las olas y con la intención de llegar (sólo eso, la intención de llegar, pues poco importa el lugar de destino). Sueña que las olas empujan el bote hacia alguna parte –perceptible, irremediablemente hacia adelante- y sueña que la travesía se extiende por las aguas opacas de costas desconocidas. Y de repente un suspiro, un ruido, un fantasma; la voz de un ángel o de un niño o de un viejo, que lo nombra a uno y le da la mano para llevarlo a otras aguas más profundas, acaso eternas y oscuras. Y uno decide soltarse, decide dejar de soñar, y se despereza entre las sábanas de a poco mientras la luna se va apagando y los pájaros vuelven cantando a su rama.



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Silvina Vital | Confraternidad

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Silvina Vital | Confraternidad

El Amici 73 fue lanzado desde la plataforma de Cabo Cañaveral exactamente a las 7.45 hora local. Su misión: surcar los cielos en busca de vida interestelar y crear vínculos de amistad y confraternidad. El cohete es tripulado por un reducido grupo de expertos entre los que se hallan tres astronautas, un físico, un matemático, un operario y un bufón, cada uno con el objetivo claro de llevar a otros mundos en la oscuridad de los cielos, el mensaje de hermandad propio de la comunidad terrícola.

Un sistema de audio digitalizado se extiende por todos los rincones del Amici 73 para mantener el espíritu radiante de los tripulantes durante todo el viaje; el sonido de violines y de algunas violas ocasionales ameniza la atmósfera artificial de la cápsula las 24 horas sin interrupción. El principio detrás de la metodología: la música, regalos de los dioses, logra disipar las ansiedades de los humanos cautivos a la deriva en el espacio.

Desde un principio la música acompaña cada movimiento en el interior de la cápsula e influye positivamente en las comunicaciones personales. Al cabo de unos días la música, redundante en sonidos, homogénea en su estilo, comienza a interferir en el humor de la tripulación, y los intercambios dentro de la cápsula se vuelven más discutidos, más ríspidos. Los sonidos de violines enturbian el pensamiento de dos de los astronautas, y hartos de tanta cuerda, ambos recurren al uso de protectores para los oídos. El operario sigue luego el ejemplo. El físico y el matemático se tornan intolerantes uno con otro y discuten de ciencia, de astronomía, de cálculo, y de tripas de nylon para violín. El otro astronauta, cansado de tanto sonido y tanta gresca, se coloca también sus protectores. El bufón –el más gregario de los tripulantes- casi enloquece con la casi inexistente comunicación con sus compañeros, sumada ésta a la solitaria vista oscura del universo y a los perturbadores caprichos de Paganini.

Los últimos en hacer uso de los protectores auditivos son los dos académicos, quienes protagonizan su último brote neurótico con una acalorada discusión respecto de la posición del arco en la ejecución de Markov en el Caprice 24. Los dos expertos cierran la contienda desplazándose en direcciones opuestas, cada uno en busca de sus protectores para oídos, y nunca jamás vuelven a dirigirse la palabra. La tripulación del Amici 73 anda desde el día 324 de su misión por los mares oscuros del espacio exterior rodeada de sonidos de violines y violas que nadie escucha, con expertos con los oídos tapados, sin comunicación lingüística y de mal humor.

Se informa desde tierra a todos los medios de comunicación del mundo que la misión Amici 73 sigue con todo éxito atravesando los desiertos del universo estelar en busca de seres amigables para confraternizar.


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Silvina Vital | FÁBULA DEL RATÓN INCOMPRENDIDO

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Silvina Vital | FÁBULA DEL RATÓN INCOMPRENDIDO

Cierto día apareció el hombre con un aparejo de madera, resortes y alambres. “¡Una ratonera!”, pensó inmediatamente el ratón. Corrió entonces a alertar a los otros animales de la casa.
“No es mi problema”, dijo la gallina, “yo jamás entraría a la casa y mucho menos pondría una pata ahí dentro”. Corrió entonces a alertar a la vaca.
“No me interesa; es una trampa muy pequeña, inofensiva e inútil para mí”. Corrió finalmente a alertar al canario.
“No corro ningún peligro, en mi jaula aquí tranquilo”.
Confundido el ratón corrió velozmente a su guarida y dese allí montó guardia.

Esa noche una enorme araña peluda atravesó la sala y en un descuido de sus patas se disparó la trampa. Por la mañana el hombre encontró la araña moribunda en la ratonera, y en cuanto se acercó, la desdichada le clavó sus pinzas y liberó su veneno. Gritó el hombre horrorizado, y el ruido y el susto mataron al canario.

El hombre cayó enfermo y durante un tiempo recibió enormes cuidados. Su esposa mató a la gallina para alimentar al hombre, mas sus esfuerzos por salvarlo resultaron vanos. La esposa vendió entonces la vaca para cubrir los gastos del entierro.

Dice la fábula que, acurrucado en un rincón de su guarida, todavía llora el ratón el desconcierto y la pena, triste y sin amigos.





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LUNATISMO I | Por Silvina Vital




 


Dos millones de suspiros veinte mil aleteos de mariposa tres minutos de cosquillas en el estómago una milla de viento de otoño un puñado de rayos de sol una miríada de sonrisas un millón de destellos de Antares cincuenta mil caricias de piel dos botellas de lágrimas de amor cinco cajas de inocencia un baúl de ilusiones tres mil vuelos de colibrí siete arco iris seis toneladas de gotas de lluvia quince minutos de emoción profunda diez milagros inadvertidos ochenta mil parpadeos de ojos enamorados una lista infinita de palabras de amor...

todos hipotecados por el hombre rico para pagar su lote en la luna...











CASAdeÁNIMAS | Antilogía de Fabulaciones




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Lo que cuenta la historia de Armando

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Silvina Vital
 Lo que cuenta la historia de Armando


Cuenta que fue el menor de muchos hermanos, y acaso varón entre muchas mujeres. Que llegó con dolor y fue casi un milagro. Que tanta fue la fiesta y la fortuna que su padre plantó un árbol en el fondo de la casa para celebrar la llegada. Que su padre guardó la tierra que desplazó el árbol en una vasija de cobre y prometió cada año, cada 3 de diciembre, devolverle al mundo un puñado de esa tierra para revivir su alegría.
Cuenta que al año Don Francisco devolvió un puñado de tierra al cantero de rosas al lado del árbol y que al año siguiente agrandó el nido de horneros en el árbol contiguo. Cuenta que el mismo Armando, con sus manitos pequeñas, regaló tierra a la huerta detrás de los árboles en los fondos mismos de su casa pobre, y que en su próximo cumpleaños festejó con casitas de barro para las hormigas del patio.
Cuenta que crecía el niño Armando y se inventaba cumpleaños con vasitos de barro y jugo de tierra, y que hasta hizo el plato redondo para su torta de lodo con diez velas de cera. Que un día vio partir a Don Francisco, y un puñado de tierra, humedecido de pena, cubrió el rostro del padre para dejarlo ir. Que con puñados de tierra cada año construía cosas nuevas –que levantó su casa, lentamente, a fuerza de sueño y arena.
La historia cuenta que en un cumpleaños hizo un horno para calentar el pan de sus hijos, y que al otro año hizo máscaras y caretas para verles la risa disfrazada de carnaval, y que todos, niños y ancianos, jugaron a hoyo y bolita para festejar el día de su cumpleaños cincuenta.

Sus hijos y sus nietos regalaron una vez un puñado de tierra a la barranca del río para anidar golondrinas, y juntos todos construyeron un año después banquetas de barro con vista al agua para verlas pasar. Los más pequeños fueron de a poco aprendiendo oficios de artesano, y en unos pocos años los tres construyeron bastones de arcilla para el entonces ya débil anciano.

Qué será del árbol a partir de hoy en los fondos de la casa pobre, tan mustio y tan triste él, en sus noventa y tantos. Los nietos se arrodillan, toman hoy el último puñado de la vasija de cobre y amasan con sus manos jóvenes un par de alas de espuma parda para abrigarle el vuelo al abuelo Armando… 






CASAdeÁNIMAS | Antilogía de Fabulaciones




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