Silvina Vital | El Rebaño

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Silvina Vital | El rebaño


La historia es simple: El rebaño estaba listo y pronto sería intercambiado por las cincuenta rupias convenidas. Cincuenta ovejas por cincuenta rupias, ése era el acuerdo. Aprovechando un descuido, el pastor subió cuarenta y nueve ovejas al carro del mercader; el mercader, en cambio, depositó cuidadosamente las cincuenta rupias, una a una, en las manos juntas en cuenco del pastor. El mercader llevó el rebaño a su puesto en el mercado, y lo dispuso en exhibición en un corral. Colgó un cartel que decía: “1 oveja: 5 rupias”. Al cabo de un rato, casi todas las ovejas habían sido vendidas –incluso las ya enfermas habían pasado por sanas. Quedaban sólo las últimas cinco cuando llegó el senador. El hombre poderoso pretendió llevarse el remanente del rebaño, así que depositó en las manos del mercader una bolsa rústica con veinticinco rupias, y apresuró el trámite de su partida. Veinte de esas rupias, afortunadamente, eran legítimas. El senador le ordenó a su siervo arriar las cinco ovejas hasta el corral en su morada, y partió primero confiado de su súbdito. El siervo caminó cierto rato hasta la morada de su amo, pero llegó con sólo cuatro ovejas pues la tentación fue grande; atinó a explicarle a su amo, sin embargo, que una se había extraviado en el camino. La oveja desviada en el rancho del siervo fue recibida con júbilo por la esposa del hombre. En el rancho, la mujer fue la encargada de esquilar primero al animal y luego matarlo. La mujer guardó la lana en un saco para tal fin, y corrió a dársela a su amante a cambio de sus servicios y su silencio. El esposo sólo supo que nada más la carne pudo rescatarse de la oveja, pues las pulgas y las garrapatas ya habían hecho estragos en la lana del animal al momento de la esquila. El hombre en poder de la lana colgó luego en su casa un cartel que decía: “calcetines y chalecos tejidos: 50 rupias – pago anticipado”. Acabada ya su ronda con las ovejas, el pastor vio a lo lejos en la comarca el cartel del tejedor; se acercó a paso lento entonces a hacer negocio. “Calcetines y chaleco; aquí tu dinero. Yo estaré en la colina con las ovejas, pero cuando hayas terminado, mi mujer estará en la casa para recibir las prendas”. No hubo testigos de ese acuerdo ni de la paga entre pastor y tejedor, y el hombre aseguró con cara de piedra que sólo le fue encargado un chaleco sencillo… Tejedor y pastor, al fin, salieron impunes y parejos. Y el senador. Y el siervo. Y la esposa. Al menos mientras puedan verse en las colinas inciertos números de ovejas intercambiados por exacto número de rupias una y otra vez, deberemos asumir que ciertas historias simples siempre se repitan.





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