Ricardo



Sergio Francisci
 Ricardo



Bajo un estacionamiento de la ciudad de Leicester es hallado un esqueleto marcado con cicatrices de combate.
El progreso construyó el estacionamiento de Leicester. Antes, en el lugar, existía un monasterio.
Dicen que los huesos hallados en el estacionamiento son los huesos de Ricardo III.

Diez heridas presenta el esqueleto del rey. Ocho en el cráneo. Dos de estas heridas fueron potencialmente mortales.

Celebran el hallazgo. 528 años después, los huesos del rey serán trasladados a la Catedral. O no. 

Hubo conferencias de prensa y la noticia se publicó en miles de medios de difusión.

Un rey es un rey.

Y no importa que Ricardo III haya sido un carnicero represor a quien el pueblo le dio la espalda.
Inglaterra encontró a su rey perdido.
Y ahora se disputan los restos. El trofeo.

Hubo, en otro lugar y en otro tiempo, otro Ricardo.
Pero no era Ricardo III sino Ricardo de Río III.
Han pasado 37 años y Ricardo de Río III sigue desaparecido.
Y están los que dicen:
Sin prueba, sin cuerpo, sin tumba, no hay muerto.

Y no hay catedral. Ni conferencias de prensa. Ni noticias en los medios de difusión para Ricardo de Río III.

Porque un rey es un rey.
Pero el nombre de un hombre es otra cosa. 






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Lo que cuenta la historia de Armando

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Silvina Vital
 Lo que cuenta la historia de Armando


Cuenta que fue el menor de muchos hermanos, y acaso varón entre muchas mujeres. Que llegó con dolor y fue casi un milagro. Que tanta fue la fiesta y la fortuna que su padre plantó un árbol en el fondo de la casa para celebrar la llegada. Que su padre guardó la tierra que desplazó el árbol en una vasija de cobre y prometió cada año, cada 3 de diciembre, devolverle al mundo un puñado de esa tierra para revivir su alegría.
Cuenta que al año Don Francisco devolvió un puñado de tierra al cantero de rosas al lado del árbol y que al año siguiente agrandó el nido de horneros en el árbol contiguo. Cuenta que el mismo Armando, con sus manitos pequeñas, regaló tierra a la huerta detrás de los árboles en los fondos mismos de su casa pobre, y que en su próximo cumpleaños festejó con casitas de barro para las hormigas del patio.
Cuenta que crecía el niño Armando y se inventaba cumpleaños con vasitos de barro y jugo de tierra, y que hasta hizo el plato redondo para su torta de lodo con diez velas de cera. Que un día vio partir a Don Francisco, y un puñado de tierra, humedecido de pena, cubrió el rostro del padre para dejarlo ir. Que con puñados de tierra cada año construía cosas nuevas –que levantó su casa, lentamente, a fuerza de sueño y arena.
La historia cuenta que en un cumpleaños hizo un horno para calentar el pan de sus hijos, y que al otro año hizo máscaras y caretas para verles la risa disfrazada de carnaval, y que todos, niños y ancianos, jugaron a hoyo y bolita para festejar el día de su cumpleaños cincuenta.

Sus hijos y sus nietos regalaron una vez un puñado de tierra a la barranca del río para anidar golondrinas, y juntos todos construyeron un año después banquetas de barro con vista al agua para verlas pasar. Los más pequeños fueron de a poco aprendiendo oficios de artesano, y en unos pocos años los tres construyeron bastones de arcilla para el entonces ya débil anciano.

Qué será del árbol a partir de hoy en los fondos de la casa pobre, tan mustio y tan triste él, en sus noventa y tantos. Los nietos se arrodillan, toman hoy el último puñado de la vasija de cobre y amasan con sus manos jóvenes un par de alas de espuma parda para abrigarle el vuelo al abuelo Armando… 






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El Museo de las cosas que ya no existen | 1

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Audio tomado de CASAdeÁNIMAS | Una Pieza de Radio



Hoy vamos a mirar un poco, apenas un poco, el costado misterioso de las cosas que ya no existen.

La historia es inmensa pero seré breve: cuando ella descubrió que la calle de su infancia ya no existía, comprendió que los instantes del tiempo que había vivido hasta esta vejez abrigada de arrugas, tampoco estaban.

La historia es tan larga como la sombra del sol pero voy a ser breve: ella decidió crear un museo donde reunir las cosas que ya no existen. Alquiló un viejo galpón en la calle La Paz y salió a buscar obras del arte que ya no es. Visitó a los habitantes de la ciudad. Pidió donaciones. Los vecinos cedieron su propia historia, tesoros de sus vidas que ya no existían.

Entonces, en el fondo del galpón arregló una muestra muy particular llamada “De las Primeras Cosas que ya no existen”. Y desde el fondo hacia la salida, o sea, la entrada, fue ordenando el resto.

Allá, al final del principio estaban: El primer beso de amor que fue dado en la Plaza Las Heras, el primer banco ocupado por un alumno en la escuela Bafico, el sueño del primer durmiente en el andén de Rosario Norte, la primera paloma que llegó a Las Ruinas de calle Italia.

El día de la inauguración del “Museo de las cosas que ya no existen” centenares de vecinos hicieron cola frente al galpón de calle La Paz. En el catálogo de la muestra se enumeraron, cronológicamente, 1959 cosas que ya no existían.

A las cinco de la tarde, ella abrió las puertas. Y la gente ingresó. A las siete de la tarde ya no quedaban visitantes. Al día siguiente no vino nadie. Y sólo nadie volvió nunca al “Museo de las cosas que ya no existen”.

¿Hay en esta historia algún misterio?

La verdad, no lo sé. Porque desde aquella tarde todos guardan silencio. Todos no. Hubo una vez una persona de aquel centenar que acudiera a la inauguración que aceptó hablar conmigo. “Vea, me dijo, cuando entramos al museo para ver las cosas de nuestra vida que ya no existían, descubrimos un galpón vacío. Comprende usted, estaba vacío, no había en el lugar otra presencia que nosotros mismos. Sólo nosotros”.

Qué misterios tiene la existencia para terminar siendo nada.

Estigmados míos, ayer caminé por la calle La Paz. El galpón que fuera alguna vez el Museo, es obvio, ya no existe. Y ustedes dirán entonces que esta reseña es insignificante y banal. Y alguna verdad vendrá para afirmarlo.

Pero la historia es tan larga como la sombra del sol y debo ser breve: Entonces te digo a vos que estás escuchando.

Mañana, bajo la puerta de tu casa de infancia encontrarás una carta de ella, la que alguna vez creara el “Museo de las cosas que ya no existen”. Te contará que no ha dejado de coleccionar cosas que ya no están. Y en el final de su carta verás una nota escrita con amorosa letra de mujer vieja que dice: “Ya estoy juntando las últimas cosas que no existen”.

Y seguirá una lista de las “últimas” cosas que ya no existen donde aparecen: el apellido del último pescador que cruzó el Río Paraná, el último amanecer en Barrio Belgrano, la última bandada de golondrinas que llegó a Rosario, la última palabra que soñaste, el nombre de la última persona que recordaba la historia del “Museo de las cosas que ya no existen”.

Después de esta lista encontrarás, mañana, cuatro hojas en blanco. Que también podrás leer como el misterio de las cosas que no quisiste vivir.

Y ya está, ya llegué a una salida, o sea, a una entrada…

Y acá me quedo. Sólo resta saludar hasta una próxima vez, donde voy a invocar a la “bestia de las cosas que ya no existen” para conozcan su hacer en este mundo. 




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