El Museo de las cosas que ya no existen | 1

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Audio tomado de CASAdeÁNIMAS | Una Pieza de Radio



Hoy vamos a mirar un poco, apenas un poco, el costado misterioso de las cosas que ya no existen.

La historia es inmensa pero seré breve: cuando ella descubrió que la calle de su infancia ya no existía, comprendió que los instantes del tiempo que había vivido hasta esta vejez abrigada de arrugas, tampoco estaban.

La historia es tan larga como la sombra del sol pero voy a ser breve: ella decidió crear un museo donde reunir las cosas que ya no existen. Alquiló un viejo galpón en la calle La Paz y salió a buscar obras del arte que ya no es. Visitó a los habitantes de la ciudad. Pidió donaciones. Los vecinos cedieron su propia historia, tesoros de sus vidas que ya no existían.

Entonces, en el fondo del galpón arregló una muestra muy particular llamada “De las Primeras Cosas que ya no existen”. Y desde el fondo hacia la salida, o sea, la entrada, fue ordenando el resto.

Allá, al final del principio estaban: El primer beso de amor que fue dado en la Plaza Las Heras, el primer banco ocupado por un alumno en la escuela Bafico, el sueño del primer durmiente en el andén de Rosario Norte, la primera paloma que llegó a Las Ruinas de calle Italia.

El día de la inauguración del “Museo de las cosas que ya no existen” centenares de vecinos hicieron cola frente al galpón de calle La Paz. En el catálogo de la muestra se enumeraron, cronológicamente, 1959 cosas que ya no existían.

A las cinco de la tarde, ella abrió las puertas. Y la gente ingresó. A las siete de la tarde ya no quedaban visitantes. Al día siguiente no vino nadie. Y sólo nadie volvió nunca al “Museo de las cosas que ya no existen”.

¿Hay en esta historia algún misterio?

La verdad, no lo sé. Porque desde aquella tarde todos guardan silencio. Todos no. Hubo una vez una persona de aquel centenar que acudiera a la inauguración que aceptó hablar conmigo. “Vea, me dijo, cuando entramos al museo para ver las cosas de nuestra vida que ya no existían, descubrimos un galpón vacío. Comprende usted, estaba vacío, no había en el lugar otra presencia que nosotros mismos. Sólo nosotros”.

Qué misterios tiene la existencia para terminar siendo nada.

Estigmados míos, ayer caminé por la calle La Paz. El galpón que fuera alguna vez el Museo, es obvio, ya no existe. Y ustedes dirán entonces que esta reseña es insignificante y banal. Y alguna verdad vendrá para afirmarlo.

Pero la historia es tan larga como la sombra del sol y debo ser breve: Entonces te digo a vos que estás escuchando.

Mañana, bajo la puerta de tu casa de infancia encontrarás una carta de ella, la que alguna vez creara el “Museo de las cosas que ya no existen”. Te contará que no ha dejado de coleccionar cosas que ya no están. Y en el final de su carta verás una nota escrita con amorosa letra de mujer vieja que dice: “Ya estoy juntando las últimas cosas que no existen”.

Y seguirá una lista de las “últimas” cosas que ya no existen donde aparecen: el apellido del último pescador que cruzó el Río Paraná, el último amanecer en Barrio Belgrano, la última bandada de golondrinas que llegó a Rosario, la última palabra que soñaste, el nombre de la última persona que recordaba la historia del “Museo de las cosas que ya no existen”.

Después de esta lista encontrarás, mañana, cuatro hojas en blanco. Que también podrás leer como el misterio de las cosas que no quisiste vivir.

Y ya está, ya llegué a una salida, o sea, a una entrada…

Y acá me quedo. Sólo resta saludar hasta una próxima vez, donde voy a invocar a la “bestia de las cosas que ya no existen” para conozcan su hacer en este mundo. 




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