Lo que cuenta la historia de Armando

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Silvina Vital
 Lo que cuenta la historia de Armando


Cuenta que fue el menor de muchos hermanos, y acaso varón entre muchas mujeres. Que llegó con dolor y fue casi un milagro. Que tanta fue la fiesta y la fortuna que su padre plantó un árbol en el fondo de la casa para celebrar la llegada. Que su padre guardó la tierra que desplazó el árbol en una vasija de cobre y prometió cada año, cada 3 de diciembre, devolverle al mundo un puñado de esa tierra para revivir su alegría.
Cuenta que al año Don Francisco devolvió un puñado de tierra al cantero de rosas al lado del árbol y que al año siguiente agrandó el nido de horneros en el árbol contiguo. Cuenta que el mismo Armando, con sus manitos pequeñas, regaló tierra a la huerta detrás de los árboles en los fondos mismos de su casa pobre, y que en su próximo cumpleaños festejó con casitas de barro para las hormigas del patio.
Cuenta que crecía el niño Armando y se inventaba cumpleaños con vasitos de barro y jugo de tierra, y que hasta hizo el plato redondo para su torta de lodo con diez velas de cera. Que un día vio partir a Don Francisco, y un puñado de tierra, humedecido de pena, cubrió el rostro del padre para dejarlo ir. Que con puñados de tierra cada año construía cosas nuevas –que levantó su casa, lentamente, a fuerza de sueño y arena.
La historia cuenta que en un cumpleaños hizo un horno para calentar el pan de sus hijos, y que al otro año hizo máscaras y caretas para verles la risa disfrazada de carnaval, y que todos, niños y ancianos, jugaron a hoyo y bolita para festejar el día de su cumpleaños cincuenta.

Sus hijos y sus nietos regalaron una vez un puñado de tierra a la barranca del río para anidar golondrinas, y juntos todos construyeron un año después banquetas de barro con vista al agua para verlas pasar. Los más pequeños fueron de a poco aprendiendo oficios de artesano, y en unos pocos años los tres construyeron bastones de arcilla para el entonces ya débil anciano.

Qué será del árbol a partir de hoy en los fondos de la casa pobre, tan mustio y tan triste él, en sus noventa y tantos. Los nietos se arrodillan, toman hoy el último puñado de la vasija de cobre y amasan con sus manos jóvenes un par de alas de espuma parda para abrigarle el vuelo al abuelo Armando… 






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