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Cintia Ceballos | Y llueve

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Cintia Ceballos | Y llueve


Ya no sabría decirte si hay algo que deba decir
e inmediatamente llueve,
primero lentamente, de manera imperceptible.
Las manos ocultan la razón que la caricia le confiere.
Después se llena el cielo de nubarrones negros,
todos corren al refugio que la sensación de paredes les confiere
y ya no sabría decirte si hay algo que deba decir
e inmediatamente alguien dice algo más contundente,
y todos oímos, palabras más, palabras menos, algo acorde 
a lo que nuestra propia realidad le confiere. 
Podríamos estar bajo los árboles, sólo fueron un par de gotas,
te lo dije…
Llevados por el pronóstico, desoímos nuestro propio deseo,
y ya no sabría decirte si hay algo que deba decir
mientras un sin número de inocentes se mueren
y llueve.





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Cintia Ceballos | Ni tan real ni tan absoluto

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Cintia Ceballos | Ni tan real ni tan absoluto


Ni tan real ni tan absoluto,
asistimos a la manifestación
de los primeros colores. Se fue dando de manera
paulatina y creciente,
extendiéndose por milenios.
Fue también del mismo modo
que ojos y manos
se manifestaron
con una razón primera.
Al rostro chato y uniforme
se le dibujaron con la timidez
de un esbozo, pequeñas o profundas hendiduras,
relieves y caminos venturosos.
Del tronco, raíces y ramas
se alargaron en camino
milimétrico y lento,
hasta encontrar las raíces un tope
y las ramas un ramillete de cinco yemas
habilidosas y maravillosamente
inquietas.
Ni tan real ni tan absoluto
asistimos a la manifestación
de los primeros colores.
Cuenta la leyenda que antes de ser
manifiestos y corpóreos,
todos tuvimos casi el mismo sueño:
unidos en abrazo solidario
asistíamos a la manifestación de los primeros colores,
amanecidos, mojados, enlodados, florecidos, asoleados y cubiertos de
estrellas.
Cuenta la leyenda que supimos de inmediato cuál era la labor primera,
fundacional y primigenia,
manifiestos ahora en diversos recipientes,
debíamos recordar el sueño, reconocernos y reconstruir el abrazo
lenta y paulatinamente, primero con nosotros mismos, luego con otro
y otros
hasta volvernos un todo
amanecido, mojado, enlodado, florecido, asoleado y cubierto de
estrellas.
Cuenta la leyenda que cada vez que dos o más se encuentran,
el recuerdo del sueño se hace menos borroso.






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Silvina Vital | La luz de escribir

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Silvina Vital | La luz de escribir


Toda la escena en un mismo cuadro: la oscuridad de la madrugada, el despiadado invierno, la agitación de los árboles afuera, la profusión de ideas inconsistentes adentro. “El problema”, pensó, “es ordenar esas ideas para que fluyan en un texto que mi cabeza pueda decir”. Buscó con la mirada la ventana y vio el reflejo de la lámpara en el vidrio –más brillante a esa hora que los vidrios eran negros. Le pareció que las voces venían de la calle de un modo muy extraño hacia ella; eran voces como de una misa o venidas del canto de algún servicio litúrgico. Distinguía palabras en Latín y algunas risas. Podía notar con claridad que había cierta poesía en el ritmo y en la melancolía de las voces. Los sonidos, vistos detrás del vidrio, tienden a sonar como burbujas en el agua; puede uno saber que existen pero no puede uno detectar quién los ha emitido. Como música, las palabras del otro lado de los vidrios negros parecían dichas por una voz propia, pronunciadas con cierta fluidez, acaso ordenando sus ideas turbias. Las voces duraron lo suficiente como para escribir toda una página, y luego los sonidos fueron cesando. Un par de palabras, las dos últimas, se hicieron recurrentes y con eso cerró su página; los vidrios luego derritieron su negrura. Se repitió para sí dos o tres veces las últimas líneas con una especie de gratitud y alivio. Cerró su cuaderno y lo dejó a un costado, y con un movimiento grácil y suave apagó su luz de escribir, diluida ya en la claridad de la mañana.




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Silvina Vital | Lugar

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Silvina Vital | Lugar


uno
“Y uno quisiera tener cincuenta pares de ojos para mirar alrededor, para no perderse nada de ese lugar inmenso. Cincuenta pares de ojos de cualquier modo no alcanzarían para darle la vuelta entera y recorrer el lugar de punta a punta. Y ni hablar que uno debe ser un poco ciego también para admirar la belleza..."

dos
“Cuando uno recorre el espacio pequeño que quedó entre el recuerdo y el olvido, se descubre muchas veces hecho de aromas –aromas de libros, tal vez, o aromas de tardes y de tierra mojada por lluvias de verano, o aromas de cocina, de madre, de pieles, de abrazos".

tres
“Y en los rincones ensortijados de los cajones desordenados, castigados por el arrumbamiento y el descuido, también se halla uno (entre perdido y encontrado por sus jirones de historia)".




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Sergio Francisci | Mañana es mejor

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Sergio Francisci | Mañana es mejor


- Mañana es mejor: habremos nacido un poco más.
- ¿le parece?
- Sée… se lo digo yo que ando cayendo alrededor del mundo. Cayendo y cayendo alrededor del mundo en una órbita que parece perpetua.
- Mireusté, caer alrededor de las cosas es como no tener un lugar.
- Maso. Y encima uno se acostumbra a mirar el mundo como quien observa un grano de arena en el desierto.
- ¿y eso es malo, viejo fabulero?
- De tanto ver un grano de arena puede usted mañana olvidar el desierto universal.
- granos de tiempo, mañana
- mañana tuve un jardín donde florecieron raíces
- esa es una idea oscura, no hay viaje a la semilla en estos tiempos
- Mañana es mejor: habremos nacido un poco más.

- “pinta tu aldea…” seduce la voz del Conejo de la Luna. Falaz, apóstata, ilusorio: fabulante. Ya lo vimos en otras lunas. Ciertas constelaciones lo prefieren romántico, señor blablador.

- que se inscriba entonces en las constelaciones del universo y que procedan mis labios a besar los caminos de tu cuerpo…

- Eso, siga por ahí
- si no ponés cuidado en el jardín, mañana puede ser nunca
- mañana quiero florecer tu vida, mañana después de la noche, mañana antes de la noche, mañana
- mañana voy a verte nunca dicen las redes donde el río del cielo.
- porque lo prohibido en el río puede pecarse en el cielo y a cielo revuelto, ganancia de pecadores.
- ¿y qué hago con estas notas?
- lleve, mañana me escribe algo

- mañana otra vez ayer
- y ojo con dejar para mañana lo que puede deshacer hoy
- ¿por?
- y, hoy usted pugna por algo
- sí
- está bien eso, pero sólo hoy
- ¿por?
- es un asco que mañana vuelva a pugnar por ese algo
- ¿por?
- porque mañana usted habrá de re-pugnar

- Mañana es mejor: habremos nacido un poco más.
- Tabién… vaya, que yo le sigo cayendo y cayendo alrededor del mundo en una órbita que parece perpetua.

- ¿Hoy se escribe lo que pasa o se escribe hoy para que pase mañana?

- Hagamos la prueba. Le escribo. Le abro las hojas a la tarde. Mañana, una letanía de domingo se irá por calle Italia hasta el río. Paranada. El río. Paso por la esquina desnuda de milagros. En una frágil mirada que se torna bruma le hago un cuenco de besos. Y se lo cuelgo en un eclipse que pasa. Para que se lo deje en ojos de gatos de agua y conejos voladores. Mis mejores compañías esperantes.

Bueno, vamos, ya es suficiente por hoy. Hágame un favor, que en verdad ando cayendo y cayendo alrededor del mundo sólo para alcanzar a la luna. Si la ve por ahí. Dígale usted que de amarla existo.

- ¿Algo más?
- Y, un deseo: si me encuentran, busquenmé. .




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Silvina Vital | Y si esta mañana

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Silvina Vital | Y si esta mañana


Y si esta mañana logro terminar mi cuento, entonces el día tendrá sentido, y el aburrimiento de la tarde se esfumará con la lluvia –esa lluvia que, dicen, está por venir. Y por la tarde no sentiría ya culpa por la pila de libros y papeles abandonados por la casa, ni por las tareas domésticas (y banales) que he dejado de hacer desde hace tiempo. Y no sentiré culpa tampoco si el atardecer se pone de silencio y de tedio, y si por hastío se pone tristemente abúlico. Si tuviera yo hoy mi cuento terminado esta mañana podría, de algún modo, justificar el día.

Pero la mañana se despliega lenta, como adormecida por el cielo sin sol, y observo que los movimientos involuntarios del día se hacen tan imperceptibles (uno casi no comprende el paso del tiempo los días nublados), que de repente no sé si es de mañana o si he caído ya en el borde abismal de la tarde, y vuelvo, como siempre, a sentir la nada de los días, con todos los cuentos en veremos.




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Silvina Vital | En una cárcel en las afueras

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Silvina Vital | En una cárcel en las afueras


En una cárcel en las afueras del palacio morían cada año decenas de presos condenados todos a cadena perpetua. El rey era un poderoso líder en esas comarcas y todo desgraciado que contrariara el régimen acababa en una celda en el infame presidio. Mas debe admitirse que se trataba de un monarca bastante benevolente a los ojos de muchos, puesto que el único delito no excarcelable en sus dominios consistía simplemente en atreverse a soñar distinto del rey.




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Silvina Vital | Sueño de Túnel

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Silvina Vital | Sueño de Túnel

Una noche (qué es una noche al fin, más que un breve espacio en el que las luces se atenúan, los pájaros callan y se enciende la luna), una noche es la esfera cómplice de la luz errática de las estrellas perdidas en la distancia que se cuela por las ventanas invadiendo los sueños. Y uno sueña entonces con mares azules de cielo en las noches de luna llena; sueña que navega uno hacia alguna parte, movido por el impulso de las olas y con la intención de llegar (sólo eso, la intención de llegar, pues poco importa el lugar de destino). Sueña que las olas empujan el bote hacia alguna parte –perceptible, irremediablemente hacia adelante- y sueña que la travesía se extiende por las aguas opacas de costas desconocidas. Y de repente un suspiro, un ruido, un fantasma; la voz de un ángel o de un niño o de un viejo, que lo nombra a uno y le da la mano para llevarlo a otras aguas más profundas, acaso eternas y oscuras. Y uno decide soltarse, decide dejar de soñar, y se despereza entre las sábanas de a poco mientras la luna se va apagando y los pájaros vuelven cantando a su rama.



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Anamaría Mayol | No me olvido del vuelo

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Anamaría Mayol | No me olvido del vuelo

He quebrado las máscaras
transitado
sobre mis propias muertes

Me he visto trasmutando
de gaviota a paloma
de halcón a águila

he comido mis vísceras
regresado en mujer

me encuentro parada
en mis dos piernas
transito
el último tramo del camino

aún guardo las alas
en los rincones

No me olvido del vuelo.


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Mónica Lehmann | Nocturno

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Mónica Lehmann | Nocturno

Vencidos, navegando entre sombras,
viajan esos miedos, polizones,
escapándose de aquella playa templada,
donde el amor ha tomado las armas,
llenándola de soles y revoluciones.
En la ventana, en el café, en la piel,
en cada rincón del tiempo, en la huella de tu almohada,
buscando llenar huecos con su venganza,
se enfrentan esos recuerdos voraces,
matando constelaciones de esperanza.
Al filo de la noche se sublevan
en frenética conspiración con el amor,
las voces que desde el olvido llevan
ofrendas para el dolor.
Ya la noche se hace leyenda,
desparramando sus huellas de azules,
y vienen tejiendo, el destino con el azar,
tu misterio por ésta senda.
En silencio, se están acercando,
como esos silencios procaces,
esa mirada, esas manos, ese mar,
que de ésta suerte traviesa ya no se quieren callar.
Y haciéndole frente a los miedos,
sobrevivientes de aquella noche náufraga,
me abrigan tu mirada, tus manos,
rompiendo, como cristales de sombra,
ese espejo de nostalgia que te nombra.


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Yanina Cugiani | Padre Nuestro

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Yanina Cugiani | Padre Nuestro

Cuento, marco, camino, me encuentro,
admiro, me pierdo, vomito, me paro y me caigo seguido.

me pierdo, me encierro, castigo, me encorvo,
me asusto, busco refugio, sigue el miedo...
me defiendo, sigue el miedo.

Me endurezco, me ablando, me arrugo,
me callo, escucho la verdad, cierro los ojos, me oculto,
me embrollo, me enredo y me desenredo, pero vuelve el miedo.

Me ahogo, me ahogo,
me voy, me voy
me caigo, me voy, me ahogo,
me veo, me ayudo, me enojo
y me perdono.

AMEN.


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Quique Quagliano | Decires

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Quique Quagliano | Decires

Decir, le parece sencillo. Sin embargo, sabe que toma un arduo trabajo como de labranza decir aquello que se sabe y no se quiere, o que se quiere y no se sabe, o no se puede.
Un caminante ensimismado marcha bajo su propia carga, sin mirar a los lados. Él en cambio, aligera su mochila y troca carga por palabras, y sigue caminando.
Sabe también que si una palabra se puede sembrar, es de esperar que sea regada y florezca en miles de decires espléndidos, todos igual de fragantes, listos para ser repartidos pero sin podar.
Simplemente, allí están, para ser luego devueltos con una mirada.


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Silvina Vital | Confraternidad

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Silvina Vital | Confraternidad

El Amici 73 fue lanzado desde la plataforma de Cabo Cañaveral exactamente a las 7.45 hora local. Su misión: surcar los cielos en busca de vida interestelar y crear vínculos de amistad y confraternidad. El cohete es tripulado por un reducido grupo de expertos entre los que se hallan tres astronautas, un físico, un matemático, un operario y un bufón, cada uno con el objetivo claro de llevar a otros mundos en la oscuridad de los cielos, el mensaje de hermandad propio de la comunidad terrícola.

Un sistema de audio digitalizado se extiende por todos los rincones del Amici 73 para mantener el espíritu radiante de los tripulantes durante todo el viaje; el sonido de violines y de algunas violas ocasionales ameniza la atmósfera artificial de la cápsula las 24 horas sin interrupción. El principio detrás de la metodología: la música, regalos de los dioses, logra disipar las ansiedades de los humanos cautivos a la deriva en el espacio.

Desde un principio la música acompaña cada movimiento en el interior de la cápsula e influye positivamente en las comunicaciones personales. Al cabo de unos días la música, redundante en sonidos, homogénea en su estilo, comienza a interferir en el humor de la tripulación, y los intercambios dentro de la cápsula se vuelven más discutidos, más ríspidos. Los sonidos de violines enturbian el pensamiento de dos de los astronautas, y hartos de tanta cuerda, ambos recurren al uso de protectores para los oídos. El operario sigue luego el ejemplo. El físico y el matemático se tornan intolerantes uno con otro y discuten de ciencia, de astronomía, de cálculo, y de tripas de nylon para violín. El otro astronauta, cansado de tanto sonido y tanta gresca, se coloca también sus protectores. El bufón –el más gregario de los tripulantes- casi enloquece con la casi inexistente comunicación con sus compañeros, sumada ésta a la solitaria vista oscura del universo y a los perturbadores caprichos de Paganini.

Los últimos en hacer uso de los protectores auditivos son los dos académicos, quienes protagonizan su último brote neurótico con una acalorada discusión respecto de la posición del arco en la ejecución de Markov en el Caprice 24. Los dos expertos cierran la contienda desplazándose en direcciones opuestas, cada uno en busca de sus protectores para oídos, y nunca jamás vuelven a dirigirse la palabra. La tripulación del Amici 73 anda desde el día 324 de su misión por los mares oscuros del espacio exterior rodeada de sonidos de violines y violas que nadie escucha, con expertos con los oídos tapados, sin comunicación lingüística y de mal humor.

Se informa desde tierra a todos los medios de comunicación del mundo que la misión Amici 73 sigue con todo éxito atravesando los desiertos del universo estelar en busca de seres amigables para confraternizar.


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David Ovich | TINTEROS

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David Ovich | TINTEROS

Antiguas voces cuentan que el atardecer es el lugar del mundo donde dos amantes escriben el futuro. Dicen que la noche es el deseo del sueño, un teatro donde los cuerpos escriben cuerpos. Y el amanecer no es otra cosa que el invento de la luz que hará posible la lectura de lo creado.

Pero a veces, se me noche extrañarte, luna, y los cuentos se niegan al cielo y no alcanzo a leer los mares que habitan silencios. Es difícil cuando no estás jugando en el bosque, cuando no besás las hojas del libro de mi cuerpo. Es ahí que se me noche extrañarte, miluna.

Se me luna el amor de amarte con los brazos esperando. Y me quedo leyendo las hojas blancas de lunáticas mareas.

Muelle para tu mar
soy

Es entonces que marea tu ola primera. Es entonces que hace tinta cenital tu luna y el teatro se abre para escribir actos prodigiosos. Hay una esquina en tus ojos donde se escribe un farol de mirar lo oscuro. Hay arenas movedizas en tu espalda donde se escriben los caminos del desierto. Hay un tintero de besos en tu ombligo y una pluma entre los dedos de tu mano.

Es entonces que tus piernas me llevan hasta la encrucijada de todas mis esperas. Es así, te escribo esto cuando la siesta se adueña del barrio de mi día. Porque la siesta del día es el prólogo de cada tarde. Es así, hasta que salgo por las calles de nuestro pueblo. Y me siento en el bar a esperarte.

Y cuando llegás, las voces antiguas vuelven a contar que el atardecer es el lugar del mundo donde dos amantes escriben el futuro.

Y entonces me hago silencio, para escucharte. Para que me inventes la luz del próximo amanecer.




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Graciela Tomassini | BOTELLAS

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Graciela Tomassini | BOTELLAS

Hay una vitrina en Roma donde se exhiben botellas de diversos tamaños, formas y colores. Botellas ínfimas, hechas para contener perfumes o portar venenos, botellones opalinos, vasijas ventrudas de vidrio sutil, cuya entraña perfectamente esférica gesta interminablemente un navío construido con fósforos o escarbadientes; vasos rojos en forma de zapatilla de baile o de papagayo, una botella como un ánade azul, otra como un tigre amarillo, retortas, redomas, botellas de Leyden, tubos de ensayo, generosas damajuanas con picos de pájaros, vasijas con forma de cabeza de cerdo o de pirata, otras como manos rosadas o blanquísimas, con uñas pintadas.

Abigarradas en el discreto espacio del exhibidor suavemente iluminado, las botellas componen una perfecta naturaleza muerta. Vaciadas de los licores que alguna vez contuvieron, las variopintas redomas conservan un sedimento púlveo o viscoso de vino, sangre, tósigo, agua tofana, cuya prolongada ausencia no evita que las huellas tiñan levemente los fondos, como una resaca que no termina de despedirse.

Los brillos pálidos, exangües, de los vidrios vacíos cruzan sus reflejos bajo los focos empañados, y uno se pregunta si dialogan en la cálida noche romana, si se cuentan historias de fogosas pasiones o crímenes secretos, o si en cambio esperan que un incauto coleccionista ceda al impulso de comprar alguna, seducido por su rareza.

En ese caso, el maleficio no se activará mientras el corcho permanezca en su sitio.




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Miriam Cairo | LA HERMOSURA

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Miriam Cairo | LA HERMOSURA

Aquel día. Lo recuerdo. Se rompió. Estaba roto. Era un pájaro inmóvil. Suele ocurrir. El mediodía se desparramaba ciegamente y las ranas existían. No me las había comido. Y también los grillos existían. Yo no los había matado. Y existía el silencio porque nadie lo nombraba. Si no hubiera existido, ese día igualmente habría sido hermoso. A la hermosura se le da por prescindir de lo seguro. Las hormigas voladoras no se parecían mucho a los dragones, por corpulencia ni por costumbres. A la hermosura se le da por prescindir de los tamaños. Esa es una realidad reconfortante.




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Momy Lázaro | A PRIMERA RISA

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Momy Lázaro | A PRIMERA RISA

Arrebatemos soles sin esperar el día
sin apremios, sin demoras,
con el tiempo exacto de volcar partículas de luz en calles penumbrosas y miradas vacías

Tengo toda la tu libertad y mi locura
Tienes toda mi fuerza y tu ternura...
Este es el tiempo exacto de respirar colores

Tus ojos dibujándome la piel y mis manos pintando turquesas en tu cuerpo.



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Silvina Vital | FÁBULA DEL RATÓN INCOMPRENDIDO

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Silvina Vital | FÁBULA DEL RATÓN INCOMPRENDIDO

Cierto día apareció el hombre con un aparejo de madera, resortes y alambres. “¡Una ratonera!”, pensó inmediatamente el ratón. Corrió entonces a alertar a los otros animales de la casa.
“No es mi problema”, dijo la gallina, “yo jamás entraría a la casa y mucho menos pondría una pata ahí dentro”. Corrió entonces a alertar a la vaca.
“No me interesa; es una trampa muy pequeña, inofensiva e inútil para mí”. Corrió finalmente a alertar al canario.
“No corro ningún peligro, en mi jaula aquí tranquilo”.
Confundido el ratón corrió velozmente a su guarida y dese allí montó guardia.

Esa noche una enorme araña peluda atravesó la sala y en un descuido de sus patas se disparó la trampa. Por la mañana el hombre encontró la araña moribunda en la ratonera, y en cuanto se acercó, la desdichada le clavó sus pinzas y liberó su veneno. Gritó el hombre horrorizado, y el ruido y el susto mataron al canario.

El hombre cayó enfermo y durante un tiempo recibió enormes cuidados. Su esposa mató a la gallina para alimentar al hombre, mas sus esfuerzos por salvarlo resultaron vanos. La esposa vendió entonces la vaca para cubrir los gastos del entierro.

Dice la fábula que, acurrucado en un rincón de su guarida, todavía llora el ratón el desconcierto y la pena, triste y sin amigos.





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