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David Ovich | TINTEROS
Antiguas voces cuentan que el atardecer es el lugar del mundo donde dos amantes escriben el futuro.
Dicen que la noche es el deseo del sueño, un teatro donde los cuerpos escriben cuerpos.
Y el amanecer no es otra cosa que el invento de la luz que hará posible la lectura de lo creado.
Pero a veces, se me noche extrañarte, luna,
y los cuentos se niegan al cielo
y no alcanzo a leer los mares que habitan silencios.
Es difícil cuando no estás jugando en el bosque,
cuando no besás las hojas del libro de mi cuerpo.
Es ahí que se me noche extrañarte, miluna.
Se me luna el amor de amarte con los brazos esperando.
Y me quedo leyendo las hojas blancas de lunáticas mareas.
Muelle para tu mar
soy
Es entonces que marea tu ola primera.
Es entonces que hace tinta cenital tu luna
y el teatro se abre para escribir actos prodigiosos.
Hay una esquina en tus ojos donde se escribe un farol de mirar lo oscuro.
Hay arenas movedizas en tu espalda donde se escriben los caminos del desierto.
Hay un tintero de besos en tu ombligo
y una pluma entre los dedos de tu mano.
Es entonces que tus piernas me llevan hasta la encrucijada de todas mis esperas.
Es así, te escribo esto cuando la siesta se adueña del barrio de mi día.
Porque la siesta del día es el prólogo de cada tarde.
Es así, hasta que salgo por las calles de nuestro pueblo.
Y me siento en el bar a esperarte.
Y cuando llegás, las voces antiguas vuelven a contar que el atardecer es el lugar del mundo donde dos amantes escriben el futuro.
Y entonces me hago silencio, para escucharte.
Para que me inventes la luz del próximo amanecer.
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