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ENTONCES, ENTRA TROYA
EN EL CABALLO
El infierno y el paraíso. Evitar el infierno y ganar el paraíso.
Ventero, la taberna está sitiada.
A construir una escalera para trepar el muro, manos en aceite y discos de corte.
Entonces, laberinta al minotauro: tauromínimo.
Entonces, Teseo y Aquiles salen del cabaret.
Entonces, entra Troya en el caballo.
Aberración de la fábula, aberración de espéculo.
Se sigue la tribulación de la palabra o, si desea, mire cómo baja la luna del cielo.
Entonces, laberinta al minotauro: tauromínimo.
Mugrientas paredes que escurren orines, pasajes techados con pestilencias. Moscas. La literatura suele omitir el escenario allí donde lo que importa es la anécdota. En este lugar la historia pasó, ya fue. Apenas algún poeta alucinado puede despellejar de su memoria un minotauro de palabras. Ya no hay talismanes de fracasos heroicos, mucho menos el retorno de algún eco.
El laberinto se pierde en sí mismo, se empuja, se laberinta... y se desvanece en la escritura de un relato episódico.
El alucinado poeta, tauromínimo de patas embostadas, narra la piedra: no edifica versos; narra la piedra para crear un muro. Y tal prodigio es mejor ventura pues otorga sentido al futuro.
Aún queda algo por hacer: trepar, trepar, trepar.
Entonces, Teseo y Aquiles salen del cabaret.
Entonces, entra Troya en el caballo.
Teseo y Aquiles salen del cabaret. Borrachos, obscenamente borrachos, saturados de insultos y alcohol, abofeteados por los labios sexuales del suburbio. Han olvidado, esa madrugada empantanada, todos los nombres y todas las historias: gozan del arcaico privilegio de sentirse humanos.
Uno dice al otro, no incumbe a este relato quién de los dos enuncia:
- "No vuelva nunca más, siempre vaya.
El regreso es un acto inadmisible en los espacios y en los tiempos que hemos definido. De ahí que las intenciones para recuperar el pasado, retornar al terruño, volver a los amores viejos, colman el espíritu de angustia y melancolía. No diga "vuelvo", diga "voy". Comprenderá lo que afirmo apenas sus labios pronuncien las palabras: "Voy a mi hogar olvidado, voy a mi pequeña niñez herida de jazmines".
Teseo y Aquiles vomitan sobre las paredes de un poema. Solos, apenas observados por dioses enjaulados en los estantes de una biblioteca. Aún les queda algo por hacer: trepar, trepar, trepar.
Entonces, entra Troya en el caballo.
Entonces entra Troya en el caballo.
La luna ya bajó del cielo y colapsa, mácula de cráteres, en el filo justo del muro. Su cara siniestra observa lo que nos oculta el muro, el estigma del horizonte.
Asoman los astrólogos por su lado oscuro e irrumpe su jerga en el telar: acromatizar la luz del hemiespacio incidental, catóptricas que acechan por doquier, dióptricas en las superficies refringentes…
¿Volver? Ni en pedo.
No. No me lastimes las cornisas del alma. No es posible observar sin perturbar lo observado.
Corceles bíblicos, hartos de tolerar a sus jinetes, nos preguntan:
- ¿Ganar el premio o evitar el castigo?
Y repiten: - ¿Ganar el premio o evitar el castigo?
Ganar el premio o evitar el castigo.
Nosotros, nosotros, nosotros, más preocupados por evitar el infierno, desatendemos al paraíso.
Aún queda algo por hacer:
La escalera la necesitamos, sí o sí, antes de que amanezca.
(Un papel, manoseado por el viento, donde se lista: Hierro ángulo; 1 ¼ x 1/8; 6 elementos, 2700 mm; 2 piezas, 3808 mm. Hierro planchuela; 1 ½ x 1/8; 15 piezas, 2660 mm; 9 piezas, 1978 mm. Hierro redondo; 5/8; 39 piezas, 410 mm. Paso escalones, 300 mm).
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