Silvina Vital | La luz de escribir

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Silvina Vital | La luz de escribir


Toda la escena en un mismo cuadro: la oscuridad de la madrugada, el despiadado invierno, la agitación de los árboles afuera, la profusión de ideas inconsistentes adentro. “El problema”, pensó, “es ordenar esas ideas para que fluyan en un texto que mi cabeza pueda decir”. Buscó con la mirada la ventana y vio el reflejo de la lámpara en el vidrio –más brillante a esa hora que los vidrios eran negros. Le pareció que las voces venían de la calle de un modo muy extraño hacia ella; eran voces como de una misa o venidas del canto de algún servicio litúrgico. Distinguía palabras en Latín y algunas risas. Podía notar con claridad que había cierta poesía en el ritmo y en la melancolía de las voces. Los sonidos, vistos detrás del vidrio, tienden a sonar como burbujas en el agua; puede uno saber que existen pero no puede uno detectar quién los ha emitido. Como música, las palabras del otro lado de los vidrios negros parecían dichas por una voz propia, pronunciadas con cierta fluidez, acaso ordenando sus ideas turbias. Las voces duraron lo suficiente como para escribir toda una página, y luego los sonidos fueron cesando. Un par de palabras, las dos últimas, se hicieron recurrentes y con eso cerró su página; los vidrios luego derritieron su negrura. Se repitió para sí dos o tres veces las últimas líneas con una especie de gratitud y alivio. Cerró su cuaderno y lo dejó a un costado, y con un movimiento grácil y suave apagó su luz de escribir, diluida ya en la claridad de la mañana.




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